Mirar con el corazón despierto
El Adviento se abre cada año con una invitación que muchas veces pasa desapercibida, quizá porque llega sin ruido y sin exigir nada espectacular. La comunidad se reúne, se enciende la primera vela, y algo en el ambiente cambia, como si el tiempo se hiciera un poco más ancho para que podamos detenernos. Esta semana propone recuperar un gesto sencillo que en realidad sostiene todo el camino espiritual: mirar. Y mirar, entendido desde la vida de cada uno, es abrir los ojos al presente, permitir que lo cotidiano vuelva a tener peso y descubrir que Dios suele esconderse justo ahí, en lo que no parece extraordinario.
Hoy, más que nunca, mirar es un acto casi contracultural. Vivimos rodeados de pantallas que capturan la atención, de ritmos que empujan, de un cansancio que a veces se disfraza de normalidad. En medio de todo eso, mirar con hondura es una forma de despertar. Una forma de salir de esa especie de adormecimiento que provoca repetir los mismos gestos sin presencia interior. La invitación del Adviento es sencilla: volver a prestar atención a la vida que ya tenemos entre manos, con sus luces y sus zonas más frágiles, con sus silencios y sus descubrimientos inesperados.
Mirar es, también, despertar la conciencia. Ver lo que normalmente no vemos porque estamos a mil cosas. Percibir lo invisible, lo que queda al margen de lo urgente, lo que se pierde si no bajamos el paso. El Adviento recuerda que hay señales de esperanza que solo se reconocen cuando el corazón se aquieta un poco. A veces basta sentarse en un banco de la iglesia, dejar que la mirada se apoye en la llama de la vela recién encendida, y escuchar lo que normalmente no alcanza espacio en medio del ruido diario. No hace falta mucho más para que algo se ordene por dentro.
Y esta mirada no es solo hacia el interior. La comunidad está llamada a mirar a los demás con una compasión renovada, sin filtros rápidos ni prisas, con esa atención cálida que reconoce que cada persona que entra por la puerta trae una historia que merece respeto. Mirar a los demás con ternura, aunque sea durante un instante, es ya una forma de anunciar la Navidad que viene. Porque de esa mirada nace el cuidado, el gesto pequeño, la palabra que levanta a quien la escucha.
Mirar al mundo con esperanza es quizá lo más difícil, pero también lo más necesario en esta primera semana de adviento. La esperanza no surge de ignorar lo que duele, sino de descubrir que, incluso en medio de todo, siguen brotando signos de vida. El Adviento no nos pide que lo resolvamos todo, sino que lo miremos con un corazón que quiere mantenerse despierto.
Que esta semana ayude a toda la comunidad a mirar con más verdad, a ver lo que permanece oculto cuando vamos demasiado deprisa, a reconocer la luz que empieza encenderse, incluso cuando es pequeña. Porque ahí, en esa luz frágil, comienza siempre el camino hacia la Navidad.
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