Un Dios oculto no es un Dios lejano.
Muy cerca está de mí, de ti, de aquellos,
que encuentran en la luz de sus destellos,
la compasión del buen samaritano.
Es nuestro Dios Padre, es nuestro hermano.
No está lejos de ti, de mí. Son ellos,
los que saben buscarlo y son muy bellos
los encuentros de un Cristo, tan cercano.
Un Dios oculto, que en la Eucaristía
no se deja entrever y está allí mismo,
sirviendo de manjar y de sustento.
Se entrega con su amor en demasía.
La Santa Hostia es puro simbolismo
y así Dios se convierte en alimento.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Amén.

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