El tema del primero Encuentro Cuaresmal dedicado a «Cuidar la Familia en el Año Familia Amoris Laetitia» ha sido «Sana nuestra soledad».
Presentamos el texto para reflexionar.
Comenzamos rezando
En este mundo complicado de nuestro tiempo, corremos el riesgo de perder la confianza en la familia. En principio, apreciamos y valoramos el tener una familia, que nos ayuda a no sentirnos solos y desamparados. Pero, al mismo tiempo, cada día nos enteramos de hechos que ponen de manifiesto su fragilidad: rupturas, separaciones, divorcios que dañan la estabilidad de la institución familiar; conflictos entre la pareja, que a veces desembocan en violencia y hasta en la muerte; por si esto no fuera suficiente, los jóvenes ―ojalá no sean muchos― sufren como una especie de alergia a contraer matrimonio por miedo a establecer unos lazos permanentes y, en medio de este panorama, añoramos la estabilidad, la serenidad y la confianza mutua de muchos matrimonios que conocemos, tal vez entre nuestros propios padres y abuelos, que se han querido y ayudado durante toda su vida.
Ante esta situación nos sale al paso el papa Francisco y nos dice que «la presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos» y nos incita a «cuidar con amor la vida de las familias, porque ellas no son un problema, son principalmente una oportunidad» (“Amoris laetitia”, 315. 7).
En la Cuaresma de este año, vamos a reflexionar sobre esa presencia del Señor en todas y cada una de las familias, y vamos a rezar por nuestra propia familia y las de nuestros amigos y vecinos para que sigan cultivando lo que las hace valiosas.
Comenzamos, pues, reconociendo a Dios como el Padre de la familia humana, en cuyas manos nos sentimos seguros; Él es el techo que cobija de las inclemencias del tiempo:
(La versión musical está en Youtube 👉 Tú eres el Dios que nos salva)
Y suplicamos a la familia de Nazaret que nos guíe para que nos empapemos del gozo de ser familia, para que agradezcamos tanto bien como la familia nos proporciona y para que nos comprometamos a hacerla cada día más fuerte y hermosa:
Jesús, María y José,
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret, que nunca más haya
en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos del carácter sagrado
e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica. Amén.
Historia de un encuentro
Los primeros creyentes sólo expresaban sus sentimientos y convicciones por medio de relatos. Por eso, las primeras páginas de la Biblia están llenas de historias, que tal vez nos parezcan fantásticas, pero narran algo real y muy hermoso. Quienes las escribieron no pretendían que las tomásemos al pie de la letra, sino que nos quedáramos con las verdades que ellos comunicaban contando una historia. Así es como nos dicen su convicción de que el mundo en el que vivimos y los seres humanos, que nosotros somos, existimos porque Dios ha querido, porque nos ha creado.
En el relato de la creación, además de decirnos que somos hechura de Dios, nos explica cómo podemos librarnos de la soledad, que acecha a todos los seres humanos en momentos especialmente fuertes de nuestra existencia. Lo dice mediante una historia ingeniosa: Dios acaba de crear al hombre, pero éste se encuentra en la más absoluta soledad; así no puede ser feliz. Entonces, hace pasar ante él a todas las bestias del campo y a todos los pájaros del cielo para que el hombre les dé un nombre, pero el hombre «no encontró ninguno como él, que le ayudase». A continuación, Dios le presenta la mujer, y Adán exclama: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!» Y el Libro Sagrado añade una conclusión: «Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Había nacido la familia: dos seres humanos que se miran con amor y respeto hasta formar una sola carne y empiezan a ser fecundos.
En la primera página de la Biblia, la igualdad
Se dice que la mujer está conquistando, desde hace unas décadas, la igualdad con el varón en una lucha sostenida y difícil. Pero se olvida que esa igualdad ya había aparecido en la primera página de la Biblia. Ante la soledad e invalidez que manifiesta el varón en el jardín del Edén a pesar de tener a su disposición las aves y las bestias del campo, Dios dice: «voy a hacerle alguien como él, que le ayude». El que se haya degradado aquella intención original del Creador, estableciendo las desigualdades que ahora tanto se lamentan, pertenece a los tortuosos caminos por los que la libertad y el egoísmo conducen a los seres humanos, pero no era esa la intención de quien nos hizo.
Dice el papa Francisco que «la presencia del dolor, del mal, de la violencia que rompen la vida de la familia» no invalidan el idilio de comunión y alegría que describe el salmo 128: «Del trabajo de tus manos comerás / serás dichoso, te irá bien. / Tu esposa, como parra fecunda en medio de tu casa; tus hijos como brotes de olivo, alrededor de tu mesa». Y a continuación nos invita a atravesar «el umbral de esta casa serena, con su familia sentada en torno a la mesa festiva. En el centro encontramos la pareja del padre y de la madre con toda su historia de amor». En ellos se realiza aquel designio primordial del Creador (“Amoris laetitia”, 8. 9. 19).
El “hospital” más cercano
Tres tareas señala el Papa, en su exhortación “Amoris laetitia”, a la familia: cuidar, consolar, estimular. Mejor que cualquier comentario lo dicen sus propias palabras:
«Dios los llama [a los esposos] a engendrar y a cuidar. Por eso mismo la familia ha sido siempre el “hospital” más cercano. Curémonos, contengámonos y estimulémonos unos a otros, y vivámoslo como parte de nuestra espiritualidad familiar. La vida en pareja es una participación en la obra fecunda de Dios, y cada uno es para el otro una permanente provocación del Espíritu. El amor de Dios se expresa a través de las palabras vivas y concretas con que el hombre y la mujer se declaran su amor conyugal» (“Amoris laetitia”, 321).
¡Qué certera es esa imagen de la familia como el “hospital más cercano”! Porque, ¿dónde encontramos el alivio básico de la comprensión, del estímulo y del cuidado, aún a costa de grandes sacrificios, si no es en nuestras propias familias? ¿Dónde nos curamos de la soledad y el desconcierto? Porque, como sigue diciendo el papa Francisco:
«Así, los dos son entre sí reflejos del amor divino que consuela con la palabra, la mirada, la ayuda, la caricia y el abrazo. Por eso, querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con él, es animarse a construir con él, es animarse a jugarse con él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo» (Ibíd.).
Lejos de encerrarnos en un egoísmo redoblado, ignorando las carencias y sufrimientos de nuestros vecinos, la familia nos aboca e impulsa a construir un mundo donde nadie se sienta solo. Aprender a estimar el matrimonio y la familia ayuda a «sostener un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia. Y también nos hace capaces de «alentar a todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo» (“Amoris laetitia”, 5). Esta dimensión social de la familia es tan importante como la del diálogo amoroso entre la pareja y con los hijos.
Cada familia, una iglesia
Y, además, recordemos la llamada que la Iglesia hace a las familias cristianas a transformarse en “iglesias domésticas”.
En los duros años de la primera predicación apostólica y de las persecuciones, los cristianos se reunían en la casa familiar, como testifican las cartas del apóstol Pablo, y «el espacio vital de una familia se podía transformar en iglesia doméstica, en sede de la Eucaristía, de la presencia de Cristo sentado a la misma mesa». La Biblia considera también a la familia como primer lugar de la catequesis de los hijos. El salmo 78 lo dice claramente: «Lo que oímos y aprendimos, / lo que nuestros padres nos contaron, / no lo ocultaremos a sus hijos, / lo contaremos a la futura generación: / las alabanzas del Señor, su poder, / las maravillas que realizó».
Desgraciadamente, esta dimensión catequizadora de la familia ahora está en horas bajas en nuestras familias. Muchos padres no rezan con sus hijos; tampoco les hablan de Dios y del regalo que nos ha hecho enviándonos a su Hijo Jesús. Detrás de la actual indiferencia religiosa de tantos jóvenes, que lamentamos, está la ausencia de Dios en los labios de sus padres, porque, lo mismo que ocurre con la lengua materna, el camino más directo para identificarse con los valores religiosos es el que va de la boca de la madre y del padre a los oídos y el corazón de los hijos. Pero, ¿cuántos jóvenes de hoy han aprendido a llamar “papá” a Dios de labios de sus padres? No nos sorprenda, pues, el vacío religioso de muchos jóvenes. En esta Cuaresma, el Señor nos pregunta si nuestras familias son esas “iglesias domésticas” de las que habla el Papa.
Nuestra familia puede ser una gran riqueza para la Iglesia y para el mundo, haciendo que la vida de cada día, en el hogar, refleje la vida íntima de la Santísima Trinidad, profundamente unida por el amor, entregada al cuidado los unos de los otros y volcada en buscar el bien de los que tenemos cerca y nos necesitan.
Concluimos con esta oración en la que pedimos que nuestras familias, sean “buena noticia”:
Haznos, Señor, una familia buena noticia: abierta, confiada, fraterna,
invadida por el gozo del Espíritu; haznos una familia entusiasta que sepa cantar a la vida,
vibrar ante su tarea
y anunciar con alegría tu Reino.
Que llevemos la alegría en el rostro, el júbilo en las entrañas,
la fiesta en el corazón y la felicidad desbordándose por todos los poros.
Que no nos acobarden las dificultades que puedan surgir entre nosotros.
Da, Señor, a esta familia tuya una gran dosis de buen humor
para que no deje de cantar y buscar la paz en estos tiempos de inclemencia y violencia.
Señor, haznos expertos
en curar heridas y dar ternura,
en mostrar la verdad y defender la justicia, y en mantener viva la esperanza.
Concédenos ser, para todos los que nos ven, testigos de tu buena noticia
y del gozo que viene gratis con ella. Amén.
Guía para orar durante la Cuaresma
Para la primera semana
Del 6 al 12 de marzo
Construir la familia con amor es bueno para la sociedad.
Ser familia cristiana, que da testimonio de la veracidad del amor y educa a sus hijos en la fe, mejora nuestro mundo.
Lecturas bíblicas para esta semana
De los cuatro bloques de dichos y hechos de Jesús, que nos proporciona el evangelio de San Mateo, podemos escoger, en esta primera semana, algunos fragmentos de los capítulos 3 al 7, que contienen la proclamación del Reino de Dios en Galilea y el “sermón de la montaña”, con las Bienaventuranzas y las convicciones de Jesús sobre el verdadero cumplimiento de los preceptos divinos.
Palabras para orar
Ven, Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo, para que ofrezcamos nuestras personas y obras, en unión con Él, por la redención del mundo.
El próximo Encuentro Cuaresmal: 15 de marzo a las 19:45.
¡Os esperamos!!!
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