Un día, la Madre Teresa de Calcuta, encontró sobre un montón de basura a una mujer moribunda, que le dijo que su propio hijo la había dejado abandonada allí. La Madre la recogió y la llevó al hogar de Kalighat. Aquella mujer no se quejaba de su estado, sino de que hubiera sido su propio hijo quien la dejó allí. No podía perdonarle… La Madre Teresa, que quería que aquella mujer muriese en gracia de Dios, trataba de convencerla: “Debe perdonar a su hijo” le decía. Es carne de su carne y sangre de su sangre… Sin duda, hizo lo que hizo, en un momento de locura y ya estará arrepentido… Pórtese como una verdadera madre y perdónelo… Si ha pedido a Dios que le perdone sus pecados, debe perdonar el que su hijo cometió con usted. Si lo hace, Dios recompensará su generosidad con un lugar en el Cielo. La mujer se resistía, pero la gracia terminó venciendo. “Le perdono, le perdono”… dijo por fin llorando. Poco después moría.

Dios mío, dame gracia y amor para perdonar siempre: que ningún día me acueste guardando rencor a alguien, aunque me parezca que tengo motivos. ¡Me has perdonado Tú a mí! Eso mismo tengo que hacer yo. Lo rezamos en el Padrenuestro.

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa Cruz y escarnecido.
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
AMÉN

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