Ya sé, Señor, que no soy digno
ni de la suavidad de tu mirada.
Tú eres todo el amor. Yo no soy nada
y a perderte otra vez no me resigno.

Te miro tan paciente, tan benigno,
que hasta el alma se atreve, entusiasmada,
a llegar a esta forma levantada
que la esperanza ha alzado con su signo.

Dulce pecho de harina que se ofrece
para una eternidad donde florece
tu corazón como una luna llena.

No soy digno, lo sé; pero es bastante
verte, Señor, con tanto amor delante
para que olvide el corazón su pena.

AMÉN

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